.- Las radios se llenaron de voces. Hombres y mujeres de más de 30 años, desde todos los rincones del país dejaban su opinión en los programas de radio y de televisión como mensaje postrero al que llamaron ahora “el padre de la democracia”. A las 20:30 de ayer murió en su casa de la Capital Federal el ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín, el hombre que en diciembre de 1983 inauguró la primavera democrática tras un largo invierno de gobiernos de facto que se sucedieron tras el golpe de Estado de 1976.
Alfonsín tenía 82 años y desde hacía un tiempo estaba aquejado por un cáncer de pulmón con metástasis ósea. El golpe mortal se lo asestó una neumonía que en las últimas horas lo tuvo postrado y con la suficiente cantidad de calmantes como para que se durmiera tranquilamente ante la inminencia de la muerte. Lo acompañaban su segunda esposa, seis hijos, 24 nietos y cuatro bisnietos. Desde la mañana de ayer, los partes de su médico personal habían relatado el agravamiento de su enfermedad. Últimamente no salía de su casa. No pudo estar presente cuando la Legislatura de la provincia de Buenos Aires lo nombró Ciudadano Ilustre, y a duras penas pudo llegar, el 1 de octubre del año pasado, al homenaje que la presidenta Cristina Kirchner le hizo en la Casa Rosada al descubrir un busto en su honor.
Por estas horas, tanto seguidores como adversarios políticos, toda la población mayor de 30 años siente que con él parte de una historia de la Argentina se apaga. Las voces de la gente asocian ahora el nombre de Raúl Alfonsín con dos palabras que repiquetean todo el tiempo: “honradez”, “honestidad”, dicen, y remarcan después: “Algo tan poco común por estos días”.
¿Cómo retratar el perfil de un hombre entrañablemente argentino? Raúl Alfonsín fue el mayor de seis hijos de un comerciante radicado en Chascomús —una pequeña ciudad de entorno agroganadero a 120 kilómetros de Buenos Aires— y nieto de un inmigrante gallego republicano, por parte de padre, y de alemanes, por parte de su madre. Nació el 12 de marzo de 1927 y —algo que pocos saben— cursó estudios secundarios en el Liceo Militar General San Martín, de donde egresó con el grado de subteniente de reserva. Allí tuvo como compañeros de clase a Jorge Rafael Videla y a Leopoldo Fortunato Galtieri, dos de los militares que asaltaron el poder un 24 de marzo de 1976. Apartándose de la carrera militar, Alfonsín se recibió de abogado en 1950, tiempos en que ya era un joven militante de lo que hoy se llama Partido Radical, oponente del otro gran partido, Justicialista o Peronista, como aquí lo pueden ser Boca y River.
Creció lenta pero firmemente dentro del partido como una alternativa socialdemócrata a la línea conservadora dominante, y llegó a la presidencia tras ganar por 51% de los votos al peronismo (40.1%). Ya en el gobierno, Alfonsín puso en práctica sus promesas electorales: sancionó decretos ordenando enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros, y a los miembros de las tres juntas militares que gobernaron el país entre 1976 y 1983, y en esa línea, creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) con la misión de revelar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones de derechos humanos, para fundar el juicio a las juntas militares.
Alfonsín envió al Congreso un proyecto de ley declarando nula la llamada ley de autoamnistía dictada por el gobierno militar. Esta primera ley de la democracia permitió que entre el 22 de abril y el 14 de agosto de 1985 se llevara a cabo un juicio único en el mundo: tribunales civiles examinaron 281 casos de violaciones a los derechos humanos y terminaron condenando a los comandantes a penas que fueron entre reclusión perpetua y cuatro años de prisión. Se trató de un hecho sin precedentes que contrastó fuertemente con las transiciones negociadas que tuvieron lugar en aquellos años en Uruguay, Chile, Brasil, España, Portugal y Sudáfrica. El precario equilibrio con las fuerzas militares y varias intentonas de golpe de Estado lo obligaron a claudicar en varios frentes, como las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, con las que puso coto a los enjuiciamientos. Tiempo después se refirió al tema como medidas de fuerza mayor para evitar una inminente guerra civil.
En su diagnóstico de la crisis, consideró que los problemas económicos eran menos significativos que los políticos. Impulsó la libertad de expresión y de opinión, buscó una sociedad de participación, de pluralismo y de rechazo de los dogmatismos. Volvieron los intelectuales del exilio. Simultáneamente, el gobierno de Alfonsín fue corroído por una inflación que llegó a límites indescriptibles. Al finalizar 1984, el salario real había aumentado 35%, pero la inflación alcanzó 625% anual. Antes de renunciar al cargo para anticipar la entrega del mando a Carlos Menem (por el riesgo de la disolución del Estado y la eventualidad de un nuevo golpe militar), el gobierno de Alfonsín inició el proceso de integración económica con Brasil, Uruguay y Paraguay, que dio origen al Mercosur